Aunque todo vino venga de uvas, la verdad es que muchos pueden llevar también aditivos y manipulaciones que están permitidos por ley: se pueden ajustar aromas, acidez, color, estructura... básicamente, su carácter (véase el Anexo I A del Reglamento (CE) nº 606/2009).

Cabe recordar que los aditivos utilizados - e incluso sus cantidades - no están obligados a aparecer en la etiqueta.

Por cierto, un vino natural se elabora con uvas orgánicas o biodinámicas, sin químicos añadidos. Es decir: se trabaja con viñedos que respetan los ciclos de la vida que existen arriba y abajo de la tierra. Tras la vendimia, se deja fermentar el mosto de forma espontánea, sin correcciones ni aditivos, respetando el carácter único de cada cosecha.

No hay misterio en la definición, pero conviene plantearse algunas cuestiones como ¿puede un vino ser natural si nace de la monocultura? ¿Y si detrás hay trabajo esclavo o condiciones laborales indignas? Y si una gran empresa vitivinícola cultiva algunos viñedos de forma orgánica y, a partir de ellos, elabora un vino sin químicos, ¿ese vino puede ser ofertado como natural?

El vino natural es, ante todo, una provocación que nos invita a comprender mejor lo que consumimos y a reflexionar sobre el sistema y sobre la cadena de personas que lo hacen posible: agricultores, sumilleres, distribuidores, vendedores… toda una comunidad.

La pregunta "¿qué es el vino natural?" quizás no está hecha solo para ser respondida: su importancia es también generar más preguntas y con esto (ojalá), desmantelar las lógicas de producción, distribución y poder que lo sostienen y perpetúan desigualdades, de punta a punta de la cadena.